
Como en aquellos años de entonces, no era posible bañarse nada más que en la ribera, de vez en cuando unos jóvenes, cuatro ó cinco amigos, arrendaban un coche que los llevara a un sitio conocido y cerca de la carretera, llamado la “vega del cebollar” finca que se pasa viajando por la tortuosa y mal acondicionada carretera, de Encinasola a La Nava, donde hay en esta finca una especie de balsa, que la usaban para regar los chopos de la vega, la cual parecía una playa.
Se llevaban los avios del gazpacho, el vino y poco mas; el que tenia, aportaba el chorizo o el tocino, el pan se recogía de paso en la fabrica, la cuchara cada uno la suya, la navaja y pare usted de contar.
Había que salir temprano porque el medio de locomoción no tenia seguridad de llegar, cuando se llegaba se montaba el campamento, a la sombra debajo de los chopos y cerca del agua unas piedras gordas para la candela, donde se sujetaba la sartén en espera de que los mas decididos, se entraran en el agua con unos pantalones cortos sin temer a los remojones, con las manos, habilidad y suerte, conseguían coger los tan codiciados peces gazpacheros.
Otros majaban en la cazuela de palo los avios del gazpacho, el aprendiz de cocinero freía el pescado según llegaba con sal y harina, como eran pocos los pescadores y difícil la pesca, los pocos que caían desaparecían de momento en cuanto se freían, con su copa de vino correspondiente, en espera de que durante la mañana mientras te bañabas, con suerte y constancia fueran cogidos algunas bogas ó barbos para el avio.
Entre baños, risas, cantes, pesca y copas transcurría el refrigerio de la mañana terminándose antes de que tu quisieras, porque los ratos buenos se pasan rápido, llegando la hora de comer y dar fin de las viandas preparadas con cariño entre todos, más algún cocinero espontáneo que le gustaba guisar, por tanto si estaba bueno se celebraba y si no gustaba a comer sin rechistar, que al final no quedaba nada. Terminada la jornada y después de un pequeño descanso, con un poquito de café solo (antes no existían cubata) terminaba el gran día en la ribera, de unos amigos que con pena se despedían hasta otra vez de los chopos y de la vega, dejando allí siempre algún cacharro olvidado.
El regreso era más bien de comentarios, recordando las peripecias que durante la jornada cada uno le había sucedido, entre chistes y anécdotas verídicas.
Algo menos alegre era que al estar la mayoría del tiempo en remojo y al sol, la espalda, los hombros y los de piel blanca en general, sufrían grandes quemaduras; como no se conocían tantos productos para aliviar el dolor, cuando te rozaba la camisa veías las estrellas y en casa no se podía decir nada si no ya sabias que no te dejaban volver otra vez al baño.
Hoy en las piscinas y las playas se encuentran todos los productos para evitar esos males siendo más fácil y llevadero el pasar el verano al sol.
Aunque pasen los años, aquellos ratos serán siempre inolvidables, tenían un no se qué, de intimidad y convivencia entre amigos que todavía perdura.
Menos mal que cada generación tiene unas circunstancias y lo pasado no cuenta, nada más que como recuerdos.
Faustino Jiménez
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